El partido de llerena a finales del XVIII

El partido de llerena a finales del XVIII

jueves, 20 de febrero de 2014

BERLANGA: ASALTO Y ROBO DE SU IGLESIA PARROQUIAL EN 1855






       El bandolero, salteador, proscrito o forajido era una persona armada dedicaba al robo por asalto, al pillaje, al contrabando y al secuestro. Asociados en cuadrillas, asaltaban a los viajeros y arrieros que discurrían por zonas poco transitadas.
El bandolerismo fue un mal secular y endémico en España del Antiguo Régimen, con un repunte extraordinario a partir de la segunda década del XIX, al incorporase a la delincuencia las cuadrillas de guerrilleros procedentes de la Guerra de la Independencia que no encontraron acomodo en el ejército regular. De esta circunstancia deriva el tratamiento, a veces romántico, que tuvo en su época, ocultando su verdadero significado, es decir, la crueldad que intentamos explicar a través del caso que nos ocupa.
En el Boletín de la Provincia de Badajoz (órgano oficial de expresión y comunicación del gobierno, sus delegaciones provinciales y los ayuntamientos que la integraban) correspondiente al segundo cuarto del XIX, se recogía con excesiva frecuencia anuncios de robos y órdenes de busca y captura de numerosos bandidos y asaltantes de caminos y haciendas, dando señas o descripciones de los maleantes, de los animales y de los enseres robados, así como de otras circunstancias específicas de cada caso. La frecuencia de estos anuncios era de tal magnitud, que hemos de entender que el bandidaje estaba bien asentado en nuestra provincia y sus alrededores.
      Buena prueba de ello fue el caso de las correrías de una banda organizada, respaldada y capitaneada por el alcalde de Malcocinado (Francisco Grueso) y por el secretario de su ayuntamiento (Manuel del Río), que se movía con comodidad por el entorno de este pueblo serrano, aislado y mal comunicado, circunstancias que facilitaban sus fechorías y encubrimiento.
El pillaje de esta partida traía de cabeza a las autoridades de la provincia y atemorizado a los vecinos de los pueblos de la sierra sur badajocense, hasta que se presentó el hecho fortuito del 17 de agosto de 1850. En dicho día, unos cazadores azuagueños avistaron a varios desconocidos, que parecían acampados en un paraje recóndito de lo más abrupto de la sierra. Apostados a una prudente distancia, pudieron contar hasta seis personas, más una séptima, postrada, como si estuviese dormida.
Estaban en estas observaciones, cuando a lontananza detectaron a otras dos que, a caballo por el camino que venía desde Malcocinado, se dirigían sin titubeos en dirección al grupo vigilado. Tras saludarse, los dos jinetes descargaron de sus monturas unas alforjas que, con cierta vehemencia, fueron recogidas y vaciadas por los acampados, mientras que los recién llegados se dirigieron a aquel otro que parecía dormido, incorporándolo sin miramientos, como si le demandaran algo.
Sigilosos, los cazadores, que conocían de los numerosos actos de bandidaje cometidos por aquellos lares, incluido el secuestro de un rico hacendado cordobés, decidieron retornar a Azuaga, alarmar a sus convecinos y dar parte de lo observado a la Guardia Civil, cumpliendo así con las consignas dadas por las autoridades provinciales y locales a través de distintos bandos.
La Guardia Civil tomó inmediatamente cartas en el asunto, con notable éxito, según hemos podido detectar en las crónicas que cuentan las hazañas de este instituto armado (9º tercio de la guardia civil gcivil.tripod.com/anterior/cap42.html-historia de la Guardia Civil). En relación al caso que nos ocupa, dichas crónicas recogieron lo que sigue:
En el mes de agosto (1850) apareció en la provincia de Córdoba una cuadrilla de ladrones, la cual se extendió por Sierra Morena hacia la parte de Azuaga y Malcocinado, pertenecientes á la provincia de Badajoz. Para exterminarla hubo necesidad de reunir en el partido de Llerena diez guardias de caballería que operasen reunidos á los seis de infantería de dicho puesto. El cabo comandante del puesto de Llerena, José Martínez, desplegando la mayor actividad y celo, descubrió que estaban en complicidad con los ladrones y eran partícipes de los robos dos individuos del Ayuntamiento de Malcocinado, á los cuales puso presos y á disposición del Juzgado de Llerena. El Alcalde en el acto de prenderlo ofreció mil duros al cabo Martínez para que le dejara en libertad, que fueron rechazados con la dignidad propia de un guardia civil. Fue ascendido por tan honrosísimo comportamiento al empleo inmediato.

     En ocasiones, las partidas de bandoleros llevaban a cabo acciones más arriesgadas, asaltando los templos parroquiales de numerosos pueblos de esta sierra sur badajocense (Fregenal, Segura de León, Hornachos, Paloma, Fuente de los Arco...), como hemos podido comprobar con la lectura del boletines citados. En esta ocasión nos ocupamos del asalto a la parroquia de Berlanga, llevándose los bandidos una buena parte de su tesoro artístico, según referencias tomadas del periódico El clamor Popular, en su edición del 24 de enero de 1855. Textualmente:

Robo sacrílego. En la noche del 4 al 5 de este mes de enero fue robada la iglesia parroquial de la villa de Berlanga, distante tres leguas de Llerena. Se llevaron dos copones, las ánforas, la ampolleta, varias lámparas de plata, las andas de una imagen, la custodia y un varil.
A estos objetos agregaron una cadena de oro que tenia puesta la virgen, así como también una sortija que le quitaron fracturando el brazo. Dejaron en cambio sobre el altar mayor una ganzúa y una botija verde que había contenido aguardiente. Tampoco quisieron llevarse los ladrones una lámpara de metal plateado cuya verdadera malicia reconocieron arañándola con algún instrumento.
Estaba casi fracturada la cerradura de la puerta de la sacristía, donde se guardaba la plata, sin que se explique por que no persistieran en su propósito, pues se hallaban cortados con muchísima limpieza tres de los cuatro clavos que sostenía la referida cerradura.
Las formas sagradas estaban tiradas por el suelo y pisadas varias de ellas, siendo de creer que se comieran un número considerable, porque pocos días antes las renovó el cura y se hallaron en el suelo muchas menos de las que se pusieron en el copón. Los oleos también estaban derramados por en el suelo y altares.
Hasta ahora solo se ha descubierto la huella de los caballos, los cuales demuestran que casi todos eran animales de arranque y pujanza, haciéndose notar que uno lleva herradura de clavo embutido, lujo poco común en aquel país, aun para las caballerías de regalo. En el sitio donde se apearon los jinetes, sin duda para repartir el botín, se vieron pisadas que indudablemente estampó el calzado fino que llevaban. Se dice también que observaron algunos que a ciertas horas de la noche un hombre alto, vestido con una capota, se cubría la cara con un pañuelo blanco cuando pasaba alguno a su lado.
El crimen referido y los indicios que los ladrones han dejado hacen sospechar que la antigua banda del alcalde de Malcocinado (según el caso referido para introducir este artículo) se ha reorganizado con no menos audacia.

      Al parecer, la fechoría de estos bandidos se repitió, en este caso asaltando la parroquia de Palomas, según quedó recogido en el Boletín Oficial de la Provincia de Badajoz correspondiente al 26 de enero de 1855, donde aparecía una orden de busca y captura solicitada a instancia del juez de primera instancia de Almendralejo:








      Sobre el asalto y robo de la iglesia de Palomas no hemos podido detectar otras noticias. Sin embargo, sobre el correspondiente a Berlanga, el juez de primera instancia de Llerena sí parecía tener indicios sobre los posibles asaltantes, emplazando a Diego Rosas, alias el niño de Benamejí, para responder de los cargos que se le imputaban (BOP de Badajoz, edición del 5 de diciembre de 1855):







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