El partido de llerena a finales del XVIII

El partido de llerena a finales del XVIII

miércoles, 28 de mayo de 2008

LA MUERTE DEL TENIENTE PIZARRO, UN HIGUEREÑO HÉROE EN LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA


En tres momentos distintos de los estudios seguidos sobre la Guerra de la Independencia, y su particular desarrollo en Extremadura, me he cruzado con sendas referencias sobre el teniente Pizarro. Primero en el Archivo Parroquial de Ntra. Sra. de la Granada de Llerena, donde registraron su muerte y enterramiento en el Libro de Difuntos de 1811. Después en el Archivo Municipal de Valencia de las Torres, donde se localiza un documento mediante el cual la madre del teniente pleiteaba por el caballo de su difunto hijo[1]. Finalmente en el Archivo Histórico Nacional, en un documento que recoge la acción o batalla habida en las proximidades de Reina y Casas de Reina[2], batalla donde el 28 de Abril de 1811 resultó muerto el teniente[3].

Tanta coincidencia, después de escribir varios artículos sobre esta guerra en distintos pueblos del entorno de Llerena, me ha animado a abordar el aspecto humano de la guerra, y también el picaresco, más allá de la pura descripción de las ambiciones políticas y de los hechos bélicos de la contienda.

El teniente Pizarro estaba encuadrado en la caballería de vanguardia española dirigida por el conde Penne-Villemur, concretamente formando parte del Batallón de Dragones de Lusitania y del V ejército de los aliados contra Napoleón (españoles, británicos y portugueses). El conde, como se deduce de su propio nombre, era un francés enemigo acérrimo de Napoleón y su política imperialista, que decidió unirse a la causa española contra sus propios compatriotas. Y asumió sus demostradas competencias militares con decisión y heroicismo, dejando numerosas muestras de ello a lo largo de la Guerra de la Independencia, más bien de Liberación, ante la invasión napoleónica. Precisamente por estas circunstancias, las Cortes de Cádiz, mediante el Decreto LXXXI de 4 de Agosto de 1811, así se lo reconoció, concediéndole “la gracia de naturaleza en los reynos de España”.

La muerte del Teniente tuvo lugar el 28 de Abril de 1811, precisamente en la etapa de la Guerra más favorable para los intereses franceses, cuando prácticamente dominaban toda España. En efecto, los invasores, tras catorce meses de asedio, habían conseguido tomar Badajoz el 11 de marzo de dicho año, el último reducto del territorio nacional -junto a Cádiz, plaza que nunca ocuparon- que aún no habían conseguido dominar.

Pocos días después, una vez consolidada la plaza de Badajoz por los franceses y de dejarla debidamente defendida, el general Latour-Maubourg se retiró hacia Sevilla
[4], siendo su retaguardia perseguida y acosada por la caballería de vanguardia del V ejército aliado, comandada por el bizarro conde de Penne-Villemur, que sucesivamente castigó a los franceses persiguiéndoles y atacándoles en Villafranca, Zafra, Los Santos, Usagre, Llerena, Casas de Reina y Reina, limpiando la zona de franceses y dejando el 20 de Abril al enemigo en Guadalcanal.

Una semana después, desde Guadalcanal los franceses intentaron recuperar Llerena, no sólo por el significado histórico de la ciudad sino por que en ella, en su precipitada huída el día 18 del mes en curso, habían dejado gran cantidad de víveres y otros avituallamientos. Y fue este el enfrentamiento en el que murió –más bien fue asesinado- el teniente Pizarro. En efecto, cuando en Llerena se tuvo noticias de las intenciones francesas, la caballería de vanguardia española salió a su encuentro, observando a las 11 de la mañana del 28 de Abril al enemigo “ocupando unas alturas a la vista de Casas de Reina, entre el camino real de Llerena y Reyna a Guadalcanal”. La descripción de esta “acción” la dejamos en boca del mismísimo general Castaño, héroe de Bailén y general en jefe del V ejército, testimonio que lo firmó en el cuartel genera de Santa Marta, el primero de Mayo de 1811, una vez que dicho general en jefe fue informado por el propio conde Penne-Villemur. Textualmente, dicho informe decía lo siguiente:

"El día 28 de Abril, a las 11 de la mañana se dirigió la caballería de Latour-Moubourg hacia Llerena, en dos columnas por el camino real de Guadalcanal y el de Reina. La fuerza del enemigo, según los partes que recibió el conde Penne se graduaba de 150 a 200 caballos, bajo cuyo concepto dispuso que el coronel del (batallón del) Borbón, don Juan Casquero, fuese con 100 caballos inmediatamente a sostener a los tiradores sobre el camino real, y cargar a los franceses si no se retiraban. Destacó también el escuadrón del Algarbe hacia Reina para contenerlos por aquella parte, y el conde, con el resto de la caballería, fue a tomar posición en el punto que debía guardar (…) Los enemigos eran en número de 600 caballos, formados en dos escalones sobre el camino real, en lugar de los 200 que se había dicho y hubo que advertir al coronel Casquero y al conde Penne para que no ignorasen la exorbitante superioridad del enemigo. Pero aquel bizarro jefe (Casquero) sólo oía las advertencias de su valor, respondiendo: se me ha mandado cargar, e hizo tocar a degüello en aquel momento. Nuestros valientes soldados del batallón de Borbón, y un destacamento del escuadrón de Panticoso con los tiradores al flanco izquierdo penetraron por las primeras tropas enemigas. Éstas, reforzadas por el segundo escalón enemigo recibieron la carga con el mismo valor que la primera. El animoso coronel de Borbón, herido de una cuchillada en el muslo, se defendió sable en mano, y la pistola en la otra, hasta que cayó del caballo y fue hecho prisionero de guerra; su tropa, obligada a retirase por el excesivo número de caballería que la cargaba, lo ejecutó de una en otra altura, teniendo que pasar algunas zanjas, en que sufrió una pequeña pérdida, pues cayeron tres caballos, entre ellos el del teniente de Dragones de Lusitania, don Antonio Pizarro, oficial de gran valor y de reputación bien acreditada, que después de hecho prisionero fue asesinado con otros siete u ocho soldados.
Mientras esto sucedía, el conde Penne acudió con su reserva formada en dos columnas, pero ocultando su verdadera fuerza, siempre muy inferior a la del enemigo; los tiradores marcharon de nuevo en cabeza, volviendo a tomar su primera posición, y el enemigo se retiraba inmediatamente por escalones en diversas columnas (hacia Guadalcanal). Nuestra pérdida fue de nueve muertos, incluso el teniente don Antonio Pizarro; ocho heridos con el coronel de Borbón (el Coronel Casquero, que más tarde consiguieron rescatar) (…) Por varios partes, se ha sabido que fue considerable la pérdida del enemigo en oficiales y soldados; varios caballos han llegado sin jinete a Guadalcanal, y muchos heridos. No es posible elogiar ni recomendar bastante la resolución y valor con que se batió la oficialidad y tropa en esta acción, peleando con una desigualdad tan considerable. Era preciso sostener a toda costa el punto de Llerena del que depende también las pocas subsistencias del País; y el heroico denuedo con que se ha conservado, es tan digno de consideración, que no da lugar al elogio".

Sigue Castaño elogiando individualmente a los oficiales y soldados destacados en esta “acción”, resaltando, entre los muchos ejemplos que cita, al capitán don Juan Alonso, quien, a sus 64 años de edad y después de 42 de servicio en el ejército, “manifestó no habérsele enfriado aún el espíritu en la vejez, saliendo herido de una estocada en el costado”. Especial mención hizo sobre la muerte del teniente Pizarro, observada directamente por el conde Penne-Villemur, que igualmente vio cómo dos soldados del escuadrón de voluntarios de Sevilla “a pistoletazos y cuchilladas libertaron dos heridos, echando pie a tierra y trayéndose el caballo del teniente Pizarro”.

Poco después, y de esto ya no tenemos noticias directas –porque, es preciso resaltarlo, los acontecimientos bélicos no rodaron en favor de la causa española y, por tanto, no había que narrar ningún éxito-, los franceses consiguieron recuperar nuevamente esta zona sur y central de la actual provincia de Badajoz, librando a mediados de Mayo la famosa batalla de la Albuera, tras la cual, aunque parece ser que terminó en empate, los franceses se apoderaron de las principales plazas de la actual provincia de Badajoz, dominándola militarmente y gobernándola políticamente hasta el verano de 1812
[5].

Al día siguiente tuvo lugar el enterramiento del teniente Pizarro en Llerena, concretamente en la Iglesia Parroquial de Ntra. Sra. de la Granada. Según el acta correspondiente, el teniente era hijo de Juan Pizarro, ya difunto y natural de Bienvenida, y de doña Maria Baca, natural de Llerena y vecina de la Higuera.

Pero la historia que contamos no queda cerrada aquí. El día 3 de Julio de 1811, doña María Baca se dirigió a don Juan José Cabanillas, alcalde ordinario de Valencia de las Torres por el estamento noble, pidiendo amparo y justicia. Para ello, inicia el escrito identificándose como “viuda honesta” y madre del difunto teniente Pizarro, “muerto en el campo de batalla, en término de Casas de Reyna, en 28 de Abril último, a vista del general de la vanguardia el Sr. Conde Penne de Villemur”. Añade que “su señoría (el conde) tuvo a bien honrarle por sí y en nombre de la Patria con los distintivos a que se hacen acreedores los que con heroísmo vierten su sangre en el campo del honor”. Por ello, continúa el relato de doña María, el conde “determinó, entre otras cosas, se le entregara su equipaje y semoviente caballar –el caballo que recuperaron los dos soldados del batallón de voluntarios de Sevilla, tras el asesinato del teniente- que tenía por su condición, y que haga de ello en los términos que me fuese más útil”

Pues bien, una vez el caballo en poder de doña María, ésta decidió venderlo a un tal Francisco Belardiez, que según la interesada era vecino se Valencia de las Torres. El trato de venta se cerró en la casa de morada de la viuda, “tres días ante de la Ascensión de Ntro. Sr.”, en presencia de numerosos testigos y fijando el precio en 950 reales. De ellos, la vendedora recibió en el acto una bestia asnal, valorada en 650 reales, y el compromiso de cobrar los 300 reales restantes dos días después, una vez que el comprador se hiciese con dicha cantidad en Hornachos. Cinco días después, sin que Berlardiez hiciese acto de presencia para entregar los 300 reales comprometidos, la bestia asnal que medió en el trato, y otras también propiedad de doña María, pasaban por Valencia de las Torres a cargo de Pedro, su sirviente, empeñadas en las tareas propias de la recolección. Y fue precisamente en este momento cuando Belardiez, acompañado de uno de sus hijos, se apoderó con violencia de la bestia asnal citada y, sin soltar palabras, se la llevó, quedándose doña María sin el caballo, el asno y los 300 euros.

Como respuestas a estos últimos acontecimientos, doña María se dirigió al referido alcalde, solicitando justicia. Éste, haciéndose valer del escribano y del alguacil, hizo compadecer al tal Belardiez, tomándole declaración. Belardiez ratificó, punto por punto, todo lo declarada por la denunciante, añadiendo sólo un matiz: que el caballo en cuestión se lo había quitado un oficial de los Dragones de Lusitania, entre Villafranca y Almendralejo, alegando que había pertenecido a uno de sus ayudantes.

No dio más datos Belardiez sobre la cuestión. Tampoco tenemos que dudar de su palabra, que podía ser la de un honrado compatriota o la de un pícaro de los muchos que proliferan en épocas de crisis. Lo cierto es que el alcalde de Valencia de las Torres traspasó este enredo jurídico a las autoridades de Hornachos, alegando que el acusado estaba avecindado en esta última población.

Con esta última actuación se cerró el proceso en Valencia, en cuyo archivo hemos localizado el documento de base para esta parte del relato, reabriéndose el pleito en Hornachos, donde no hemos tenido la oportunidad de localizar la documentación complementaria.
_________________
[1] Archivo Municipal de Valencia de las Torres, leg. 26.
[2] AHN, Diversos-Colecciones, 142, N. 21. Ataque del conde Penne-Villemur en Usagre, en el mes de Abril de 1811
[3] Más datos en MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “La Guerra de la Independencia en Reina y su entorno: La acción de Reina y Casas de Reina”, en Revista de Fiestas en honor de Ntra. Sra. de las Nieves, Reina, Agosto de 2008.
[4] Volvía hacia Sevilla con 3.000 soldados, 500 de caballería y 3 piezas de artillería, según datos del general en jefe del V ejército aliado, el general Castaño.
[5] Más información en MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “La guerra de la Independencia en Guadalcanal”, en Revista de Feria y Fiestas, Guadalcanal, Agosto de 2008.

RETIRADA DE LOS FRANCESES DE EXTREMADURA. LA ACCIÓN DE AHILLONES Y BERLANGA (10 Y 11 DE JULIO DE 1812)


I.- INTRODUCCIÓN
La Guerra de la Independencia, más bien de Liberación, fue inicialmente un movimiento patriótico y popular, en contra de la opinión de la jerarquía que oficialmente representaba a la Corona secuestrada en Bayona por Napoleón y que, por tanto, dicha jerarquía era la que controlaba y dirigía al inoperante y escaso ejército nacional. Concluyó en 1814, con la derrota y retirada de los franceses. Sin embargo, para la total liberación del territorio nacional fue necesario la colaboración del ejército anglo-portugués, de inestimable ayuda, y fomentar la imprescindible táctica y acción de patriotas guerrilleros; es decir, la guerra se ganó gracias a la indispensable asistencia y concurrencia de esfuerzos por parte del pueblo español, su ejército, la ayuda anglo-portuguesa y la sorprendente y eficaz acción de la guerrilla.

Durante su desarrollo asistimos a diversas etapas: una primera, de relativo éxito español tras la victoria en Bailen el 19 de Julio, que obligó a los invasores a replegarse entre el Ebro y los Pirineos, donde se reorganizaron y reforzaron. Después, tras la victoria de Napoleón en las proximidades de Burgos (Gamonal-Noviembre de 1808), asistimos a un paseo triunfal de los invasores, que no declinó hasta la primavera de 1812, fecha que marca el punto de inflexión de la guerra, ahora en favor de los intereses de los aliados, es decir, de españoles, británicos y portugueses.

La repercusión de la guerra en Valverde fue más o menos la observada en los pueblos de su entorno, como Reina y Guadalcanal, en cuyas revistas de feria y fiestas de este verano publico sendos artículos sobre dicho evento. En este caso, parece oportuno centrarnos en la retirada del ejército francés de la zona sur de Extremadura una vez derrotado, hecho que tuvo lugar durante la primavera y verano de 1812, cuando, por otra parte, ya se vislumbraba la retirada y derrota generalizada de los invasores.

II.- OCUPACIÓN FRANCESA DE LA CAMPIÑA SUR BADAJOCENSE
Durante la primavera de 1809 fue la primera vez que aparecieron los franceses por nuestra zona, dejando soldados nacionales muertos por doquier, y vacíos de ganados y alimentos sus campos y despensas. La cuestión de los saqueos resulta obvia; sobre los muertos, los libros de difuntos de los pueblos del entorno así lo confirman (10 enterrados en Fuente de Cantos, 3 en Llerena, 28 en Guadalcanal…). Y se personaron tras la batalla de Medellín, donde las tropas enemigas comandadas por el general Víctor derrotaron con facilidad al inexperto ejército de Extremadura que dirigía el general Gregorio de la Cuesta. Afortunadamente, por circunstancias estratégicas y después de avituallarse en demasía a costa de nuestros antepasados, los franceses se replegaron a posiciones norteñas, más acorde con sus tácticas.

Ninguna noticia bélica por esta zona a lo largo de 1809, pues la contienda se localizaba especialmente en el centro y norte peninsular, así como en Portugal. Por ello, en los archivos municipales de nuestros pueblos sólo se recogen crónicas relacionadas con alistamientos, formación de partidas patrióticas, recaudación de impuestos y recolecta de avituallamiento para mantener los ejércitos nacionales.

Ya a principios de 1810, el pesimismo se apoderó de nuestros antepasados, una vez que los ejércitos franceses pusieron su mirada en Extremadura y Andalucía, contando todas sus actuaciones por victorias. En efecto, los gabachos avanzaron desde Portugal decididamente sobre Extremadura bajo el mando del mariscal Massena, apoderándose de Olivenza ya el 22 de Enero e iniciando el cerco de Badajoz el 26 de dicho mes. Casi al mismo tiempo, el 20 de Enero, bajo el mando del mariscal Soult, penetraron por Despeñaperros, ocupando toda Andalucía prácticamente en sólo un mes. En lo que más nos podía afectar, el primero de Febrero de 1810 se apoderaron de Sevilla, poniendo inmediatamente Soult sus ojos sobre Cádiz (ciudad a donde tuvo que trasladarse la Junta Central suprema del Reino), cercándola el 6 de Febrero, y sobre la plaza fortificada de Badajoz, enclave ya sitiado por Massena y que resistía heroicamente al acoso francés. Por ello, es a partir de esta fecha cuando empieza a actuar por nuestra zona el 5º Cuerpo del Ejército francés o del Mediodía, cuyas tropas pasaban repetidas veces por nuestras proximidades para reforzar el cerco de Badajoz, ciudad que superó el asedio, defendiéndose del acoso durante más de un año.

A primero de Mayo de 1810 los franceses entraron y se acantonaron en los pueblos de nuestro entorno, estableciéndose casi sin interrupción hasta el verano de 1812. Después de hacer efectiva su presencia y de saquear lo que pudieron, nombraron las correspondientes autoridades políticas y administrativas –tanto locales, como otras de rango mayor centralizadas en Zafra-, estableciendo el régimen administrativo, político e impositivo que estimaron oportuno.

La circunstancia anterior no impidió que los ejércitos españoles incordiaran a los ocupantes y dificultaran continuamente el tránsito de la columna francesa en su discurrir entre Sevilla y Badajoz. Este acoso cuajó puntualmente en determinadas escaramuzas por parte de los españoles, que generalmente rechazaban el enfrentamiento cuerpo a cuerpo y en campo abierto, según los cánones de la época. No obstante, en Agosto de 1810 el marqués de la Romana, general en jefe del denominado ejército de la izquierda, preparaba la reconquista de la plaza emblemática de Sevilla. En este intento, previamente se vio forzado a superar a un contingente francés formado por unos 10.000 efectivos localizados en torno a Llerena, librándose en sus proximidades la gran batalla de Cantalgallo (11/08/1810), con resultado desfavorable para los intereses españoles
[1].

Durante el primer semestre de 1811 la provincia de Badajoz fue escenario de múltiples enfrentamientos, con resultado dispar. La heroica rendición de la plaza fortificada de Badajoz el día 11 de Marzo, tras más de un año de asedio casi ininterrumpido, representa una referencia importante de la guerra, tanto en Extremadura como en España. Pese a este logro y victoria favorable a los franceses, cuando el general Latour-Maubourg se retiraba hacia Sevilla
[2], una vez consolidada la plaza de Badajoz y de dejarla debidamente defendida, su retaguardia fue perseguida y acosada por la caballería de vanguardia del 5º ejército aliado, comandada por el bizarro conde de Penne-Villemur[3], que sucesivamente castigó a los franceses persiguiéndoles y atacándoles en Villafranca, Zafra, Los Santos, Usagre, Llerena, Casas de Reina y Reina[4], limpiando la zona de franceses y dejando el 20 de Abril al enemigo en Guadalcanal.

Poco después, y de esto ya no tenemos noticias directas –porque, es preciso resaltarlo, los acontecimientos bélicos no rodaron precisamente a favor de la causa española-, los franceses consiguieron reconquistar nuevamente la zona sur y central de la actual provincia de Badajoz, librando a mediados de Mayo la famosa batalla de la Albuera, tras la cual, aunque parece ser que terminó en empate, los franceses siguieron controlando las principales plazas de nuestra provincia.

En efecto, ya en la segunda mitad de 1811 quedó consolidada la posición francesa en la práctica totalidad del territorio extremeño. Buena prueba de ello la encontramos en las distintas disposiciones legislativas francesas sobre la administración civil y militar de la provincia de Extremadura, especialmente sobre el gobierno local, como aquella que regulaba el nombramiento de los miembros del Ayuntamiento, ahora asociados en la llamada Junta Municipal o municipalidad. Además, ya con la seguridad de controlar la práctica totalidad de Extremadura y del resto de la Península, hicieron jurar al vecindario su fidelidad a José I. Así ocurrió en Guadalcanal tras recibir una carta-orden del comisario regio en la provincia de Extremadura, D. Francisco de Therán, por aquellas fechas residente en Zafra, ciudad que, estando Badajoz en una situación estratégica complicada, se había convertido en la capital administrativa de los invasores en el Sur de Extremadura. En dicha carta-orden se dictaminaba que los miembros del Ayuntamiento debían convocar a todos los vecinos en la Plaza Pública para que, juntos y congregados, presentaran juramento al Rey, José Bonaparte, siguiendo el siguiente ritual: “juramos fidelidad y obediencia al Rey, a la constitución (de Bayona) y a las leyes”. Igualmente, se emplazaba a los funcionarios públicos y a los curas párrocos, beneficiados y demás componentes del cabildo eclesiástico para, a título personal, exigirles el mencionado juramento, en este caso firmado de puño y letra. Naturalmente, dichas órdenes fueron cumplidas, suponemos, con indiferencia y rabia
[5].

III.- RETIRADA DE LOS FRANCESES DE EXTREMADURA: LA ACCIÓN DE AHILLONES (11/07/1812).
Pero en 1812 la confrontación empezó a cambiar de signo. Así, el 6 Abril la plaza de Badajoz fue liberada por las tropas inglesas, portuguesas y españolas; igualmente, el 28 de Agosto los franceses se vieron forzados a abandonar Sevilla. Ambos hechos y fechas representan un punto de inflexión en el desarrollo de la guerra en Extremadura, Andalucía y España, punto de inflexión que encuentra explicación en dos circunstancias favorables para los intereses españoles: la retirada de parte de los efectivos franceses localizados en la Península al centro de Europa y Rusia, y la decidida intervención del ejército anglo-portugués, una vez que lograron expulsar a los franceses de Portugal.

La reconquista de Badajoz, la ciudad, junto a Cádiz, más asediada de toda la contienda, fue muy costosa para ambos ejércitos. Pero además resultó polémica y conflictiva, a cuenta de los excesos de la tropa de nuestros aliados, los ingleses, que saquearon la ciudad y maltrataron al vecindario, circunstancias de las que se derivaron ciertos desencuentros entre los generales ingleses y españoles, así como multitud de quejas por parte del paisanaje.

Llegados a este punto, es preciso indicar que, en 1812, el mando de todos los ejércitos aliados (españoles, británicos y portugueses) estaba en manos del general lord Wellington. Igualmente, era el general Hill quien ostentaba el mando del 5º ejército aliado, precisamente el que liberó Badajoz y actuaba preferentemente por Extremadura. En definitiva, eran los ingleses quienes controlaban los asuntos de la guerra y quienes decidieron, tras la reconquista de Badajoz, continuar la campaña de acoso a los franceses fuera de Extremadura. Concretamente, Wellington desplazó su tropa hacia Salamanca, seguramente preparando la batalla de los Arapiles, mientras que Hill, siguiendo instrucciones de Wellington, se trasladó hacia el Alentejo y el Algarbe.

Las decisiones anteriores molestaron a los generales españoles, quienes defendían que se debió aprovechar la derrota francesa en Badajoz para expulsarlos totalmente de Extremadura. Buena prueba de ello es la carta que el general Moscoso remitió al ministro interino de la guerra a finales de Junio:

La retirada de los ingleses del País de Barros en Extremadura, por la aproximación de los enemigos en número de 10.000 infantes, 2.400 caballos y 12 piezas de artillería, según se confirma, da más pronta y clara idea de la poca esperanza que debe quedar a esta provincia de asegurar su recolección, la que los enemigos se apresuran a recoger y transporta, haciendo trabajar 22 horas en la siega…

Sigue Moscoso indicando que, mientras acontecía lo descrito, el general Hill no se decidía a atacar al enemigo, pese a disponer de una tropa muy superior a la de los franceses en Extremadura
[6].

Desconocemos el eco de la carta anterior, pero lo cierto es que a primeros de Julio el general Hill reanudó la contienda en Extremadura, arrinconando en pocos días a los franceses en la zona de la Serena, que definitivamente abandonaría por Azuaga y Fuenteobejuna a finales de Agosto. Y fue éste el momento en el que nuevamente los vecinos de esta comarca de la Campiña Sur badajocense fueron testigos directos de la contienda bélica, en esta ocasión viendo cómo el enemigo, derrotado y humillado, abandonaba Extremadura.

Gómez Villafranca
[7] nos proporciona determinados documentos a través de los cuales observamos cómo nuevamente el conde Penne-Villemur, al frente de la caballería de la vanguardia del 5º ejército aliado que comandaba el general Hill, avanzaba otra vez sin apenas resistencia por la Ruta de la Plata y sus proximidades, barriendo literalmente de enemigos la zona. Así, el día 2 de Julio liberaron Santa Marta, el 3 Almendralejo y Azeuchal, el 4 Los Santos, el 5 Bienvenida y Usagre, y el 7 descansaron en Bienvenida. Tras esta pausa, entre los días 8 y 9 liberaron a Villagarcía, Llerena, Guadalcanal y Valverde de Llerena, villa, esta última, donde establecieron el Cuartel General, quedando la mayor parte de la tropa aliada desplegada entre Villagarcía, Llerena y Guadalcanal, a la espera de valorar las fuerzas enemigas situadas en Ahillones, Berlanga, Maguilla, Granja y Azuaga, puntos por donde sospechaban que los franceses desalojarían la Serena, camino de Fuenteobejuna y Córdoba.

La valoración y reconocimiento del enemigo no se hizo esperar, pues ya al día siguiente por la tarde, otra vez la caballería del conde Penne se vio involucrada en una “acción” de importancia, conocida como la de Ahillones, que no concluyó hasta el día siguiente. El propio conde, que nunca perdió la primera línea, relató los acontecimientos, firmando el pertinente informe el día 12 por la noche
[8]:

El día 10 por la tarde se convino un movimiento general sobre la villa de Ayllones y Berlanga, en donde se hallaba el enemigo, a fin de alejarlo de la posición que ocupaba el ejército aliado en Llerena, Villagarcía y Guadalcanal (…) Su Excelencia el general en jefe (Hill), mandó el 10 por la tarde que las tropas que se hallaban en Villagarcía hiciese un movimiento sobre Maguilla y atacase a la caballería enemiga que allí se hallaba, uniéndose enseguida al grueso del ejército que marchaba directamente sobre Ahillones, en el orden siguiente: La vanguardia compuesta por toda la caballería a mis órdenes; en 2ª la brigada de dragones pesados ingleses a las órdenes del mayor general Maddel; después la caballería portuguesa a las órdenes del Sr. Coronel Cambell, que hace el servicio de brigadier; detrás la infantería y caballería…
A media legua de Ahillones mis tiradores se encontraron con una gran guardia enemiga, la atacaron y empezó un fuego bastante vivo. Di orden al coronel Juan Soto, comandante de los tiradores, que se adentraran la reserva de estos, apoyándola con los que se batían y extendieran su línea cuanto pudiesen (…) Verificadas mis órdenes, hice un reconocimiento de todo el terreno (…) y viendo que por la derecha e izquierda podían ser atacada la caballería enemiga (…) avisé de cuanto había observado (…) y le propuse marchar al enemigo por la izquierda mientras yo lo hacía por la derecha, lo que puesto en ejecución sin pérdida de tiempo hizo que el enemigo se replegase a una altura del otro lado del pueblo sin aguardar la carga que se le ofreció. Entramos en Ahillones y era preciso continuar.
Reconocí de nuevo el terreno y dispuse que el capitán don Ramón Fornier con una compañía cargase el flanco izquierdo del enemigo, mientras que el sargento mayor don Francisco Coello lo hacía con sus tiradores y un escuadrón más por el frente, poniéndose en paralelo con la tropa de don Ramón Fornier. Mientras, yo seguía con el resto de mi caballería sosteniendo estos ataques, lo que obligó al enemigo a abandonar la posición y retirarse a la villa de Berlanga, en donde volvió a situarse sobre el camino de Azuaga.
Sus fuerzas en esta ocasión eran ya de 1.700 a 2.000. El grueso de nuestra tropa siguió e mismo orden de marcha que tengo ya indicado. El enemigo colocó a la bajada de la nueva posición que había tomado, y a la derecha de su línea de batalla, un cañón a fin de hacer un fuego de flanco sobre las columnas que defilasen por su frente, colocando en orden de batalla cuatro piezas de artillería (…)
Enseguida propuse al Excmo. Sr. General en jefe dirigirme por la derecha a atacar al enemigo y tomarle la retirada hacia Azuaga e impedir tomar el de Azuaga a Valverde (donde estaba ubicado el Cuartel General) y cuidando mucho no presentarle más que la cabeza de mi columna. Yo me adelanté con mi ayudante a reconocer y sufrí algún fuego de cañón…

Sigue el conde relatando las circunstancias de la acción, comunicando finalmente que el enemigo se retiraba hacia Azuaga. Por supuesto, como era costumbre en él, dejó en buen lugar a la oficialidad y a la tropa.

Con respecto a lo ocurrido entre el 12 de julio -día en el que el conde firma el informe anterior- y finales de Agosto -fecha en la que definitivamente los franceses abandonan nuestra zona y Extremadura- no tenemos referencias documentales sobre cómo discurrieron los acontecimientos bélicos. Al parecer, los franceses acantonados en Azuaga se recompusieron con la ayuda de otros efectivos procedentes de la Serena, ocupando nuevamente Llerena y Guadalcanal. En cualquier caso, tenemos la constancia de que abandonaron Extremadura a finales de Agosto, saliendo por Azuaga hacia Fuenteobejuna y Córdoba.

Para concluir, indicar que la Guerra de la Independencia no terminó hasta finales de 1813, tras el acuerdo de Valençay (4/12/1813). En 1814 por fin se incorporó Fernando VII, el elogiado y deseado durante todo el tiempo de la Guerra, pero que defraudó estrepitosamente, anulando la Constitución de Cádiz y todas las leyes y decretos emanadas a su amparo, retornando nuevamente a prácticas políticas y sociales cavernarias y propias de las fases más retrógradas del Antiguo Régimen y obviando las innovaciones ilustradas, el ejemplo de la revolución francesa y el sacrificio del pueblo español para recuperarle la corona que indignamente llevó hasta su muerte.


[1] MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “La batalla de Cantalgallo”, en Revista de Fiestas Patronales, Trasierra, Junio de 2008
[2] Volvía hacia Sevilla con 3.000 soldados, 500 de caballería y 3 piezas de artillería, según datos del general en jefe del 5º ejército aliado, el general Castaño.
[3] El conde, como se deduce de su propio nombre, era francés de nacimiento, pero enemigo acérrimo de Napoleón y su política imperialista, circunstancia por la que decidió unirse a la causa española contra sus propios compatriotas. Y asumió sus demostradas competencias militares con decisión y heroicismo, dejando numerosas muestras de ello. Precisamente por estas circunstancias, las Cortes de Cádiz, mediante el Decreto LXXXI de 4 de Agosto de 1811, así se lo reconoció, concediéndole “la gracia de naturaleza en los Reynos de España”.
[4] MALDONADO FERNÁNDEZ, M. “La Guerra de la Independencia en Reina y su entorno: La acción de Reina y Casas de Reina (28/04/1811)”, en Revista en honor de Ntra. Sra. de las Nieves, Reina, 2008.
[5] AMG, legs. 126, 648, 1.251 y 1.382.
[6] AHN, Diversos-Colecciones, 129, N. 8.
[7] GÓMEZ VILLAFRANCA, R. Extremadura en la Guerra de la Independencia española: memoria histórica y colección diplomática, 2 ª parte, apéndice documental, pp. 422 y stes., Badajoz, 1908
[8] AHN, Diversos-Colecciones, 139, N. 61. Acción de Ahillones dada por la división de Vanguardia del 5º ejército, al mando del general conde de Penne-Villemur.
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